Tras el día de Santa Cecilia…

Aprovecho para escribir con ocasión de la celebración del día de santa Cecilia, tan especial para los músicos pero aún más cuando coincide con el aniversario de mi nacimiento, para hacer memoria y dar gracias por la maravilla de vida que estoy disfrutando. ¡Gracias a todos vosotros por vuestras muestras de cariño y acordaros de mí en este día!: dirijo a todos vosotros este texto que me veo forzado a escribir.

Generalmente aprovecho este medio para compartir con vosotros proyectos, conciertos, estrenos musicales y demás publicaciones relacionados con uno de los aspectos más apasionados de mi vida: la música. Ciertamente, cada uno de mis días va ligado a ella, especial y paradógicamente en aquellos en que las circunstancias me impiden dedicar todo lo que quisiera a este arte misterioso, «la música callada, la soledad sonora», que cada día nace de nuevo y sigue transformando mi pensamiento musical e interpretación junto a excelentes colegas y amigos del ámbito musical, mi labor docente junto a un buen equipo de compañeros, mi vida cotidiana junto a una preciosa familia, cada expresión de amor con los que más cerca tengo…

Cada día es el día de la música, cada día es música: la armonía de combinar los detalles, deseos, alegrías, también temores, frustraciones y ambiciones, pero sintiendo que lo humano es conocer las vibraciones de ese corazón que, junto a la música, vibra como entramado de continuas cuerdas vocales que alcanzan cada rincón de mi cuerpo.

Pero la mañana del pasado 22 de noviembre, de camino al Centro donde ejerzo la docencia, me percataba de algo ya patente pero a veces escondido en el tumulto del día a día: como a veces sucede cuando observas tu vida desde un punto de vista opuesto al propio ombligo de las preocupaciones cotidianas, las dificultades de toda índole y todo aquello que provoca no aceptar y amar el momento, se me iluminaba la inmensa belleza de los grandes dones que disfruto día a día: poder dedicarme a una preciosa y trascendente misión de hacer música, enseñar y mostrar caminos de cómo poder hacerla y disfrutar de ella; vivir esta experiencia junto a una mujer que lo es todo, mi esposa y madre de unos hijos de un valor inexpresable, casi equiparable al mejor concierto jamás creado y catapultado hasta el más remoto extremo del Universo; y disfrutar de la presencia en mi historia del Creador de este All, impulso e inspiración muchas veces velado, pero siempre artífice del genio creador de aquellos que se expresan a través de la Belleza de las Artes.

Desde que tengo «uso» de razón, reitero comillas, mi vida ha estado acompañada del arte más sublime, inexpresable y dotado del poder de llegar hasta las entrañas de cada persona. Escuchar a mi padre al piano, desde muy niño, es un recuerdo grabado en mis entrañas: aquellas sonatas de Mozart, Haydn y Beethoven, diversas obras de Bach , Chopin y Granados, la Iberia de Albéniz y sus digitaciones estudiadas en aquel piano vertical (cuyo mueble era de una antigua pianola) durante los veranos en la playa, el Mompou recibido de su mano en los cursos de verano de Santiago de Compostela allá por los ’60 y que seguían en sus dedos, y tantas obras más. Este ambiente musical impregnó mi niñez y juventud y fueron la base para poder trabajar con tantas y tantos excelentes maestros, con quienes todavía hoy agradezco haber podido disfrutar de su sabiduría y cuyos pasos persigo seguir en mi labor interpretativa y docente.

Todo ello es motivo para estar tremendamente agradecido, además de “por muchas cosas más…” Así que concluyo mis palabras con un tremendo ¡Gracias!: deseo de corazón seguir creciendo en la belleza del eterno progreso musical y el poder ser parte activa en su desarrollo; gracias a todos aquellos que me rodean, unos más cerca y otros en remotos lugares, pero todos cercanos en mi corazón. Os deseo el mejor año para vuestra vida, ojalá armónica música, que impregne a nuestro alrededor el mejor ambiente para convivir y poder ser luz para todos, especialmente a aquellos quienes la música constituye el mejor bálsamo para escudriñar los más profundos designios del misterio de la existencia. Soy muy dichoso y me alegra poder compartirlo con vosotros; ¡gracias de nuevo!

Publicado por

Claudio Carbó, piano

Pianista y profesor de piano.